El Consejo lo forman, bajo la autoridad del Párroco, varios miembros de la Comunidad Parroquial, laicos y miembros de vida consagrada, teniendo en cuenta las áreas pastorales de la misma.
En la actualidad está formado por las siguientes personas:
- D. Alberto García (Párroco)
- D. Alfonso Sampedro (Cofradías)
- D. José Francisco Rodríguez (Cáritas)
- Dª. Pilar Santamaría (Catequesis)
- Dª. María José Outeriño (Despacho parroquial)
- D. José Ángel Ruiz (Secretario)
- Sor María Ángeles Sáiz (Enfermos)
- Sor Pilar de la Hoz (Residencia Hijas de la Caridad)
El Consejo es un órgano consultivo para la marcha de la Parroquia, se reune cada dos o tres meses, y cuando -a tenor la situación- sea convocado por el Párroco.
En nuestra Parroquia Santa María del Puerto, las Cofradías ocupan un lugar singular en el desenvolvimiento de la vida cristiana de la misma. Es por ello, que después de oir a muchos de los Cofrades, de acuerdo con los Presidentes o Hermanos Mayores, y para dinamizar la vida y el crecimiento de las mismas Cofradías, se ha creado el Consejo Parroquial de Cofradías, en el año 2013.
Su función será la de coordinar sus distintas actividades y muy especialmente -en lo que respecta a las Cofradías Penitenciales- las Procesiones de Semana Santa y otras manifestaciones de culto que se pudieran realizar.
El Consejo, presidido por el Párroco de Santoña, estará formado por los Presidentes y/o Hermanos Mayores de las Cofradías que tienen su sede en la Parroquia, el Coordinador de las Procesiones que a tal efecto se nombre y un secretario, que deberá levantar acta de la reuniones que se tengan.
EL CONSEJO PARROQUIAL DE COFRADÍAS
- EN LA ACTUALIDAD - ESTÁ FORMADO POR
D. Alberto García, Párroco de Santoña
Dª María Cruz Valmaseda - Archicofradía Santa María del Puerto
Dª María José Larrañaga - Cofradía Jesús Condenado a Muerte
D. José Durán - Cofradía Jesús Nazareno
D. Francisco José Montes - Cofradía Cristo del Perdón
D. Alfonso Sampedro - Cofradía Cristo Yacente
Dª Ana Manzanedo - Cofradía La Dolorosa
D. José Ángel Cavieces - Coordinador de Procesiones
Dª Julia Prada - Secretaria
Animará el Consejo a revitalizar las Cofradías en su empeño por promover el culto a sus Titulares, así como a la Formación de sus miembros y la promoción de la Caridad entre ellos y hacia toda la Parroquia.
Así mismo, ayudará eficazmente a preparar y colaborar en todo lo referente a las Procesiones, uniendo criterios y favoreciendo su mejor desarrollo.
Las cofradías -en sentido estricto- son asociaciones de fieles, erigidas por la autoridad eclesiástica, que se proponen el ejercicio de las obras de piedad y caridad, y el incremento del culto público, y que están organizadas de manera que forman un verdadero "cuerpo orgánico”, que se manifiesta desde el modo de ser aceptados sus miembros, hasta el modo de ejercer las funciones según los cargos que las dirigen.
El Código de Derecho Canónico en el canon 298, 1 establece: "Existen en la Iglesia asociaciones distintas de los institutos de vida consagrada y de las sociedades de vida apostólica, en las que los fieles, clérigos o laicos, o clérigos junto con laicos, trabajando unidos, buscan fomentar una vida más perfecta, promover el culto público, o la doctrina cristiana, o realizar otras actividades de apostolado, a saber, iniciativas para la evangelización, el ejercicio de obras de piedad o de caridad y la animación con espíritu cristiano del orden temporal".
En nuestra Parroquia existen varias cofradías, a saber:
Archicofradía de Santa María del Puerto
Cofradía de Jesús Condenado a Muerte
Cofradía de Jesús Nazareno
Cofradía del Cristo del Perdón
Cofradía del Cristo Yacente
Cofradía de la Dolorosa
La imagen recién restaurada es la más joven de nuestras cofradías, comenzó su andadura el año 2002, comenzando a procesionar en la Semana Santa 2003.
Contemplar a Nuestro Señor Jesucristo al ser condenado a muerte por el gobernador Poncio Pilato nos ayuda a acercarnos al misterio de la Vía Dolorosa camino del Calvario, donde se realiza la obra de nuestra salvación. El silencio de Cristo ante su condena nos da una altísima lección, la aceptación en obediencia a la voluntad del Padre de su entrega a la Muerte para redimir al hombre.
La Imagen de Jesús cargando con la Cruz, obra del escultor Manuel Cacicedo, de 1975 nos invita a acompañar a Cristo en el camino de la Cruz. El peso que carga sobre sus hombros es el de nuestros pecados. El contemplar este paso debe invitarnos a reparar por nuestros pecados y los de todos los hombres, así ayudamos al Señor como el Cirinero a llevar la Cruz.
También esta escultura fue realizada por Manuel Cacicedo en 1958, que la denominó Cristo de la Agonía.
La imagen serena de Jesucristo en la Cruz mirando al cielo culmina la redención de los hombres, nos invita al silencio. Su contemplación nos hace arrodillarnos para perdir perdón por nuestros pecados. Nos invita a recordar la primera palabra del Señor en la Cruz "Padre, perdónales porque no saben lo que hacen". Es una llamada a vivir el Sacramento de la Penitencia. Confesamos nuestros pecados para recibir su perdón.
Jesucristo a muerto en la Cruz. Ahora le contemplamos yacente. Ante nosotros se abre una imagen serena, que desde el silencio de la muerte, espera su Resurrección. Se ha cumplido la Redención de los hombres. Su Pasión y Muerte dan paso al Silencio. Con delicadeza y amor lo han bajado de la Cruz y ante la mirada dolorosa de su Santa Madre lo disponen para la sepultura. La Cruz vacía y el cuerpo muerto de Jesucristo nos hablan del cumplimiento del Plan Redentor de Dios.
¿Cómo entender el Misterio Redentor de Jesucristo sin la presencia de la Santísima Virgen?
La Madre de Dios durante toda su vida se fue preparando -secundando el querer de Dios en todo- para este momento tan doloroso. Ella al pie de la Cruz se convierte en Corredentora con Él, y al recoger su cuerpo al ser bajado de la Cruz, renueva el dolor que nos invita a conmovernos ante ella de nuestros pecados.
Homilía del Papa Francisco al Encuentro de Hermandades y Cofradías
Queridos hermanos y hermanas:
En el camino del Año de la Fe, me alegra celebrar esta Eucaristía dedicada de manera especial a las Hermandades, una realidad tradicional en la Iglesia que ha vivido en los últimos tiempos una
renovación y un redescubrimiento. Os saludo a todos con afecto, en especial a las Hermandades que han venido de diversas partes del mundo. Gracias por vuestra presencia y vuestro testimonio.
Hemos escuchado en el Evangelio un pasaje de los sermones de despedida de Jesús, que el evangelista Juan nos ha dejado en el contexto de la Última Cena. Jesús confía a los Apóstoles sus últimas
recomendaciones antes de dejarles, como un testamento espiritual. El texto de hoy insiste en que la fe cristiana está toda ella centrada en la relación con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Quien ama al Señor Jesús, acoge en sí a Él y al Padre, y gracias al Espíritu Santo acoge en su corazón y en su propia vida el Evangelio. Aquí se indica el centro del que todo debe iniciar, y al que
todo debe conducir: amar a Dios, ser discípulos de Cristo viviendo el Evangelio. Dirigiéndose a vosotros, Benedicto XVI ha usado esta palabra: «evangelicidad». Queridas Hermandades, la piedad
popular, de la que sois una manifestación importante, es un tesoro que tiene la Iglesia, y que los obispos latinoamericanos han definido de manera significativa como una espiritualidad, una mística,
que es un «espacio de encuentro con Jesucristo». Acudid siempre a Cristo, fuente inagotable, reforzad vuestra fe, cuidando la formación espiritual, la oración personal y comunitaria, la liturgia. A
lo largo de los siglos, las Hermandades han sido fragua de santidad de muchos que han vivido con sencillez una relación intensa con el Señor. Caminad con decisión hacia la santidad; no os conforméis
con una vida cristiana mediocre, sino que vuestra pertenencia sea un estímulo, ante todo para vosotros, para amar más a Jesucristo.
También el pasaje de los Hechos de los Apóstoles que hemos escuchado nos habla de lo que es esencial. En la Iglesia naciente fue necesario inmediatamente discernir lo que es esencial para ser
cristianos, para seguir a Cristo, y lo que no lo es. Los Apóstoles y los ancianos tuvieron una reunión importante en Jerusalén, un primer «concilio» sobre este tema, a causa de los problemas que
habían surgido después de que el Evangelio hubiera sido predicado a los gentiles, a los no judíos. Fue una ocasión providencial para comprender mejor qué es lo esencial, es decir, creer en
Jesucristo, muerto y resucitado por nuestros pecados, y amarse unos a otros como Él nos ha amado. Pero notad cómo las dificultades no se superaron fuera, sino dentro de la Iglesia. Y aquí entra un
segundo elemento que quisiera recordaros, como hizo Benedicto XVI: la «eclesialidad». La piedad popular es una senda que lleva a lo esencial si se vive en la Iglesia, en comunión profunda con
vuestros Pastores. Queridos hermanos y hermanas, la Iglesia os quiere. Sed una presencia activa en la comunidad, como células vivas, piedras vivas. Los obispos latinoamericanos han dicho que la
piedad popular, de la que sois una expresión es « una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia» (Documento de Aparecida, 264). Amad a la Iglesia. Dejaos guiar por ella.
En las parroquias, en las diócesis, sed un verdadero pulmón de fe y de vida cristiana. Veo en esta plaza una gran variedad de colores y de signos. Así es la Iglesia: una gran riqueza y variedad de
expresiones en las que todo se reconduce a la unidad, al encuentro con Cristo.
Quisiera añadir una tercera palabra que os debe caracterizar: «misionariedad». Tenéis una misión específica e importante, que es mantener viva la relación entre la fe y las culturas de los pueblos a
los que pertenecéis, y lo hacéis a través de la piedad popular. Cuando, por ejemplo, lleváis en procesión el crucifijo con tanta veneración y tanto amor al Señor, no hacéis únicamente un gesto
externo; indicáis la centralidad del Misterio Pascual del Señor, de su Pasión, Muerte y Resurrección, que nos ha redimido; e indicáis, primero a vosotros mismos y también a la comunidad, que es
necesario seguir a Cristo en el camino concreto de la vida para que nos transforme. Del mismo modo, cuando manifestáis la profunda devoción a la Virgen María, señaláis al más alto logro de la
existencia cristiana, a Aquella que por su fe y su obediencia a la voluntad de Dios, así como por la meditación de las palabras y las obras de Jesús, es la perfecta discípula del Señor (cf. Lumen
gentium, 53). Esta fe, que nace de la escucha de la Palabra de Dios, vosotros la manifestáis en formas que incluyen los sentidos, los afectos, los símbolos de las diferentes culturas... Y, haciéndolo
así, ayudáis a transmitirla a la gente, especialmente a los sencillos, a los que Jesús llama en el Evangelio «los pequeños». En efecto, «el caminar juntos hacia los santuarios y el participar en
otras manifestaciones de la piedad popular, también llevando a los hijos o invitando a otros, es en sí mismo un gesto evangelizador» (Documento de Aparecida, 264). Sed también vosotros auténticos
evangelizadores. Que vuestras iniciativas sean «puentes», senderos para llevar a Cristo, para caminar con Él. Y, con este espíritu, estad siempre atentos a la caridad. Cada cristiano y cada comunidad
es misionera en la medida en que lleva y vive el Evangelio, y da testimonio del amor de Dios por todos, especialmente por quien se encuentra en dificultad. Sed misioneros del amor y de la ternura de
Dios.
Autenticidad evangélica, eclesialidad, ardor misionero. Pidamos al Señor que oriente siempre nuestra mente y nuestro corazón hacia Él, como piedras vivas de la Iglesia, para que todas nuestras
actividades, toda nuestra vida cristiana, sea un testimonio luminoso de su misericordia y de su amor. Así caminaremos hacia la meta de nuestra peregrinación terrena, hacia la Jerusalén del cielo.
Allí ya no hay ningún templo: Dios mismo y el Cordero son su templo; y la luz del sol y la luna ceden su puesto a la gloria del Altísimo. Que así sea.